Yo fui uno más del 88

Yo fui uno más del 88. Atípico porque era de los casados y porque además en segundo año tuve mi primer hijo. Atípico porque venía de letras (Filosofía, qué gran carrera) y atípico también porque era una persona extremadamente tímida que apenas había conocido mundo, salvo el de un correccional donde pasaba los veranos con la purria del país galo, situado en un Prieuré justo en la línea que separa Francia y Suiza…Sin embargo, como todos los de aquí, llevaba traje y corbata cada día sin excepción y salvo por enfermedad -neumonía de dos semanas fatídicas- no falté a clase jamás.
¡Cómo no acomplejarme además frente a los que estaban incluso “disculpados” de las extraordinarias clases del granPereira! O después del primer caso que nos dio el amigo Manuel Velilla, que iba de sillas y en el que alguien habló del “coste financiero de los stocks” que con mis rudimentarios conocimientos de contabilidad consideré un misterio de difícil resolución…
El Lotus 123 con Rafael Andreu fue también un descubrimiento para mí. Lo de las probabilidades y la Estadística con Adell, menos, porque de eso ya había estudiado mucha en los cursos de Estadística, Psicometría y demás en la Facultad…
Marketing me sonaba más, aunque José Antonio Segarra, Vicente Font y JIF me lo hicieron algo más complejo de lo que pensé al empezar. Con Recursos humanos, asignatura en la que creí que tendría ventaja comparativa, nos topamos con un profesor sudafricano que jugaba al golf, Paddy, y que no hacía más que señalar y preguntar ¿Por qué? ,o pedir “Implicaciones”… o al pajarito incisivo que no paraba de revolotear mientras pensaba como llevarnos a la reflexión de más allá.
En fin, que lo pasé fatal. Curré como un enano para entender de lo que no tenía ni idea: finanzas con Walter Sherk, costes con la amiga María José o el incisivo Velilla… Leí como un energúmeno para intentar entender qué narices era aquello de la política de empresa de parte del reflexivo Gallo o del tornadoMasifern… Salvé como pude los trastos de la -para mí alejada Producción- del sabio distante Serra y del Coronel Dionis… y ya en segundo, me acomodé un poco más. Zorro plateado ya era práctica, el Dr. Melé, Ética-teológica de primera edición y Perez López un árbol de conocimiento que se desparramaba a partir de una ligerísima habichuela inicial como en la gran película de Walt Disney con Mickey Mouse.
Por resumir, en mi caso, aprendí un montón de un mundo misterioso casi mágico que había conocido muy de refilón.
Cualquier reflexión que me proponga hacer de una etapa como esa en la que primaba el esfuerzo, el aprendizaje y en mi caso, incluso, la reconversión profesional, me fue muy bien.
Pero esto no me importa casi nada. Supongo que la edad me ha -nos ha- dado seguridad y un plus de chulería que me permite hablar de temas que van más allá.

Sobre el IESE. La casa.
Nunca había visto nada igual. La excelencia de la organización y del césped cortado milimétricamente a la altura que debía marcar el pie de rey de nuestro Director Carlos Cavallé, era espectacular. Casillas con el material, tizas por abrir junto a las pizarras de sube-baja en perfecto estado de revista, Macs en el Centro de Cálculo, biblioteca ordenada y silenciosa, presión controlada sobre las clases y los alumnos. Perfección. Excelentes profes, excelente organización, excelente sistema de cobro, excelentes alumnos también. Magníficas instalaciones. Para mí, de pueblo de secano, un lujo de los de verdad. Lujo, insisto, de los de verdad. Amabilidad de las telefonistas, de las camareras, de los profesores, de los administrativos, de todo el mundo en general. Edificios regios, materiales nobles, sillas curiosas-pero seguramente caras, Sr. Rius- jardín de ensueño y alumnos listos. Muy listos. Un servidor creía que era bueno -en sus carreras, ¡¡¡tres!!! y descubrió -bendita demostración- que era en verdad casi el último del pelotón. Ni inteligente, ni listo, ni na de na.
Contaré una anécdota. Unos meses antes del inicio del curso falleció mi suegro. En IESE organizaron un funeral. Había hecho un PADE. Al salir de la iglesia mi mujer y yo cruzamos unas palabras con el Director de la casa que con su proverbial e impresionante sonrisa acabó diciendo “Creo es tu mujer la que tendría que hacer el MBA”. Tenía razón. Primero porque es más lista y segundo, porque como siempre te decían, “No nos equivocamos en los fichajes”. Conmigo sí con mi mujer no. En definitiva y a lo que iba, yo, justito.Sobre lo que aprendí y me llevé.
1. Un lenguaje común de entender el trabajo y de interpretar la vida de la empresa. He conocido miles de personas y he trabajado con cientos. Cuando alguien ha pasado por las clases del MBA he constatado que tiene unas lentes que se parecen a las mías. Sin duda nos la pusieron a todos y ejercen de potente -y seguramente inexcusable filtro- para interpretar lo que nos rodea. Capacidad y obsesión por el análisis y una cierta dosis de practicidad que permite también la poda de lo accesorio.
2. Compañerismo. Hice muy buenos amigos y los conservo. Incluso me he reencontrado después con otros que apenas conocía y hemos sido capaces de cimentar excelentes lazos de amistad. Y nos es porque alguien nos haya troquelado si no probablemente porque en el proceso de selección que decían que era tan bueno (y que ya se ha visto que no siempre fue así) hubo alguien que determinó comunes denominadores intangibles que nos unían a pesar de las enormes diferencias de carácter, de manera de comportarse, de humor e incluso de principios vitales.
3. Amor por la diversidad. Personalmente nunca me había encontrado en un entorno tan variado ni más rico. Inteligencia a raudales pero enfoques vitales y de trabajo completamente diferentes. Me ayudó mucho porque a partir de ese momento me apeteció mucho conocer a más gente que cuanto más diferente era más he considerado que me podía aportar. Mi paso por el ejército, por ejemplo, fue enriquecedor por verme forzado a convivir con personas que nunca más he vuelto a tratar… pero fue una convivencia con un grupo brutalmente homogéneo. En el MBA aprendí como entonces en ningún lado respeto por la opinión ajena y las diferencias.
4. Valor del trabajo bien hecho y del perfeccionismo. Yo creía que era currante… y no. Creía que era perfeccionista ¡pero qué va! Sigo siendo -hay cosas que no se cambian porque no se quieren- inconcreto y generalista pero me encanta la pasión final por el detalle. Del trabajo bien hecho y también del trato con las personas (en este caso no siempre cumplido).
5. La firme convicción de que la tensión y el trabajo son buenos. “El trabajo es lo mejor de la vida decía el gran Atahualpa Yupanqui”. Y me lo creí. Y asumí como propia convicción de que cuanto más haces, más haces y que cuando más haces, das lo mejor de ti mismo. Parece y debe ser una tautología (que el gran Pérez López no perdonaría) pero ahora soy así. Si vas despacio se amenaza el equilibrio, si aceleras, vas a favor del viento.
6. Finalmente y como consecuencia, un mayor conocimiento de mí mismo. De las capacidades que entonces eran actuales y también de las potenciales. Algunas pistas de lo que podía hacer y llegar a ser. Sin duda la lucha contra mis topes me dio idea de mis límites. La convivencia con personas infinitamente más inteligentes y capaces que yo, una cura de humildad que me situó en el carril que más me convenía.Sin ser cobista pues. Todo bien y nada mal.
Seguramente hubiera podido pescar más y no quise o no supe hacerlo. No quise ser directivo ni tener ambición profesional. Decidí que yo no servía para destacar y no entendí el concepto clásico de triunfar (es parte seguramente del carácter impreso que tenía al nacer y resaltó el estudiar cosas de letras y de pensar). Me faltaron seguramente las ganas y las capacidades de querer ser un gran director general.
Para terminar, un deseo.
 Con Sofía Delclaux, otra MBA mucho más joven que yo, escribimos hace dos años el libro ¿Hay que ser un cabrón para llegar a director general? (huelga decir que jamás estuvo expuesto en la librería de IESE… ¡con ese título!). Lo mejor fue la conclusión. Sumando nuestra experiencia a las opiniones de cinco directores generales de los de no está mal resultó ser que ¡NO! El mal rollo genera mal rollo. Quien exprime a los demás en beneficio personal (el auténtico c…) puede obtener buenos resultados a corto pero no resulta sostenible en el largo. Lo malo se pega y los marroneadores se juntan… ¿Por qué no propagar la práctica del buen hacer y ser apóstoles del no-cabronazgo? Más allá de las técnicas aprendidas que fueron muchas y continuarán siendo más, para cambiar el mundo a mejor hemos de ser capaces de dar una vuelta a la tortilla del día adía que contribuya de verdad. Hace un par de días Antonio Garrigues me decía… “¡Hay que propagar las virtudes cívicas!”. En filosofía estudié que virtud era, según Santo Tomás, un “hábito operativo bueno”. Todos tenemos mucha capacidad de influir en los demás. En mi caso, además de mi familia, el portero de mi finca, los dependientes de las tiendas y restaurantes que frecuento y un millar de amigos o conocidos, pero poco más… ¡¡¡¡Pero es que tengo amigos que “mandan” sobre 50.000 sujetos más!!!! Me pregunto cuál es el resultado millonario de sumar la capacidad de influir del 88 en su integridad. Da qué pensar.
 Si la sociedad que tenemos es la que creemos que tenemos que “sufrir” en pues en buena parte porque queremos. Lo cual quiere decir que tener gandulería de hacer el bien… no tiene ya perdón. Y pensad además lo tremendamente contagiosa que es una sonrisa, una palabra amable, la sinceridad con los demás, explicarles lo que esperamos de ellos y darles siempre más. Creo que no me paso si digo que el MBA sembró en mí la semilla de la generosidad. He empezado a regarla y creo, de verdad que es el mejor regalo aplazado que le debo a la casa de tortura y ansiedad (sí también me lo pasé muy bien aunque mucho menos que la mayoría de colegas que no tenían más compromiso que acudir a clase y aparentar normalidad) que fue durante poco más de año y medio de mis ya 55 años de edad.
Os deseo a todos lo mejor y que os unáis a las causa -si es que aún no estáis- de procurar mover el mundo con patadillas de solidaridad.
 (Por cierto, aunque no sea del mismo año me alegró descubrir en una foto que nuestro decano actual Jordi Canals, es de mi quinta y empezó a estudiar conmigo en la Universidad).