Otra vez. Otra vez igual.

La lección aprendida este año es que he vuelto a suspender -llevo 63 calabazas- la misma asignatura de humanidad.
He vuelto a dar fe y creer  que  el mundo estaba guiado por la  bondad. Y a pensar que la recta intención era la norma y herramienta habitual de vecindad. Y que nadie, por supuesto, quería el mal. He vuelto a defender que había que ir con la verdad por delante. Y que la generosidad era la moneda de curso legal. He vuelto a caer en el mismo charco, a tropezar en la misma piedra y a convencerme de la misma ilusión de siempre -pertinaz ya-: que lo mejor es desear el bien de los demás. Sin esperar por supuesto a que se cumpla el principio de reciprocidad y que deseemos siempre dar  más de lo que nos llega de los demás…
Y hoy me vuelvo a extrañar y escandalizar de la falsa y doble moral de los que desean con total tranquilidad, Feliz Navidad. No me explico cómo se puede hablar con tanta doblez de paz y deseos de felicidad.
Pero que nadie se piense, aunque ande algo cansado ya,  que voy a cambiar.

En 2023, iré de nuevo al examen e intentaré otra vez aprobar.