Leímos en FoodRetail que Juan Roig ha pasado a ser tercero en el ranking de los españoles más ricos en este último año.
Llama la atención que quienes le superan son dos miembros de una familia también dedicada a comerciar con tiendas de marca propia: la hija del fundador y el fundador de Zara. Ni banqueros, ni fabricantes ni emprendedores molones. Tenderos.
Es bien curioso comprobar como éstos suelen asomar habitualmente en las listas de las cuentas corrientes más abultadas de los principales países del mundo: los Walton en los Estados Unidos (Walmart), las familias Mulliez de Alcampo, Arnault de Carrefour (también de Loewe) en la Europa continental…
El comercio más clásico tiene, además, su continuidad y convivencia en riqueza con lo digital: Jeff Bezos, fundador de Amazon está ahí ahí como hombre más rico del mundo o Jack Ma, uno de los de Alibaba -con ese nombre parecería que es imposible triunfar- empieza a despuntar.
Así pues, aunque el margen sea estrecho, parece que da.
Hace unos pocos dias visité en Valencia, por indicación de un buen amigo, la iglesia de San Nicolás. Maravillosa, espectacular. Yo ya sabía que había sido restaurada por la fundación Hortensia Herrero, esposa de Roig (y séptima en el ranking de Forbes). Comentándolo con otro colega me recomendó que observase el recorrido de running del cauce del Turia que el empresario valenciano también financió a través de otra fundación, la Trinidad Alfonso. Y otros me hablaron de la escuela de directivos EDEM; y de la famosa Lanzadera, una aceleradora e incubadora de empresas que potencia y premia el emprendimiento.
En Internet he oteado otro tesoro: la Fundación Roig Alonso dedicada a la integración socio-laboral de personas discapacitadas.
Son muchos millones de euros que el fundador de Mercadona ha decidido devolver a una sociedad de la que dice haber recibido mucho. No sé si tiene previsto llegar a los límites del financiero Buffet (el 80% de su fortuna), pero lo cierto es que su obsesión por la cultura del esfuerzo (y el deporte es un buen ejemplo) -que como dice “Tiene fin, pero no final”- le da alas e inspiración para que Mercadona siga empleando a 75.000 personas o más si sigue creciendo, y tiempo y generosidad para pensar en los demás.
Ojalá todos tuviésemos esa sensibilidad.