Entiendo que todos hemos entrado en Twitter, perdón X, e incluso seguramente abierto alguna cuenta.
Nos hemos apuntado a seguir una institución pública, líderes o famosos y hemos probado a “jugar” un rato.
Personalmente estaba convencido de que era una buena idea para aquellos que anhelaban informarse al segundo de cualquier asunto de actualidad.
Yo me he dado de alta dos veces. Y no he durado apenas. Salí por piernas al comprobar el alud de intransigencia, malas formas, horrendo rollo e incluso amenazas -aunque sean falsas- que aturden.
En su día ni siquiera me pregunté si sería o no conveniente limitar la participación de algunos que bajo caras y nombres falsos se envalentonan e insultan incansables.
Me bajé del burro . El riesgo de desinformación es mucho menor que el de caer en un marasmo de bulos y mal rollo que no me aportan nada.
Aún así, es posible que alguien quiera ver el cochazo que se ha comprado un futbolista que ya no cubren los medios tradicionales, el paisaje o la puesta de sol maravillosa que ha descubierto la cuñada de su amigo o la interesantísima pelea entre dos famosos…
Adelante con ello. Yo ya no compro la utilidad del medio si la pena consiste en tragarme un exceso de toxicidad que no me interesa.
Antonio Agustín
(Otro día hablaremos del WhatsApp , buen elemento de comunicación, pero quizá excesivamente bombardeado con mensajes que ya no podemos procesar, mensajes de voz eternos o aplicaciones que nada tienen que ver con su misión originaria).