Antonio Agustín entrevista en Food Retail al padre Ángel, dedicado al delivery forzoso y creador de un nuevo concepto de restauración donde no todos pagan.
Robin Hood existe: se llama Padre Ángel. La organización Mensajeros de La Paz que preside ha repartido durante esta pandemia comida y bebida a más de 80.000 personas. Una máquina engrasada y eficiente que algunos días ha superado las 3.000 comidas.
Además de dedicarse al delivery forzoso, es también restaurador con Robin Hood, local que durante el día abre sus puertas a los que pueden pagar y por la tarde extiende manteles a quienes no pueden.
Cuando la restauración permanecía cerrada, Mensajeros de la Paz seguía trabajando para los que no tenían qué comer… (sí, sí, en España. Y esto no ha terminado).
Pensamos que se merecía un tributo y le hicimos una entrevista. Y ha sido de nuevo él quien nos ha regalado consejos sabios y claves para hacer un mundo mejor. Insiste en que hay que pronunciar cada día tres palabras mágicas: Gracias, Perdón y Te quiero. Lo hemos probado… ¡y funciona!
Gracias por existir, perdón por no habernos dado cuenta antes y te queremos con locura. Con tu permiso, añadimos otra: “No pares”. Hoy nos dice que si alguien puede conseguir leche, tiene ya cola para repartirla. Habría que crear urgentemente un canal de aprovisionamiento generoso entre la industria y este extraordinario párroco de San Antón.
«Este año hemos atendido a 2.400 personas diarias en cuando al reparto de desayunos en Vara del Rey y en San Antón y comidas repartidas por Robin Hood, nuestro restaurante solidario. Si lo multiplicas por 365 días, impresiona la cifra»
-P: ¿Cuándo y por qué nace Mensajeros de La Paz?
-R: Nació hace ya más de 60 años porque queríamos dar un hogar de verdad a los niños huérfanos o a aquellos cuyas familias no podían hacerse cargo de ellos por distintas razones. Un hogar donde se sintieran queridos, donde pudieran conservar a sus hermanos a su lado, donde, a pesar de no tener padres, se sintieran valorados y en su casa.
Los niños siempre han sido mi debilidad. Y los niños indefensos, vulnerables, más si cabe. Cuando te haces mayor comprendes que la infancia es tu patria, tu tesoro, y que por eso debemos defenderla y preservarla todo lo que podamos de las añagazas del destino.
-P: ¿Cómo resumirías las tareas que lleváis a cabo durante un año?
-R: Este es el primer año que hemos elaborado una memoria de actividades y así resumido te diría que hemos atendido a 2.400 personas diarias en cuando al reparto de desayunos en Vara del Rey y en San Antón y comidas repartidas por Robin Hood, nuestro restaurante solidario. Si lo multiplicas por 365 días, impresiona la cifra. Seguimos presentes en 50 países y hemos desarrollado 40 proyectos, atendiendo a casi 20.000 personas. Justo hoy acabamos de estrenar nueva sede en Castellón. Atender a los que más lo necesitan: niños, mayores, mujeres… eso es los que hacemos desde Mensajeros de la Paz.
-P: La Parroquia de San Antón, de la que eres Rector, se ha convertido en el norte para los “sin techo” ¿Por qué?
-R: Hoy, por las normas Covid que San Antón debe cumplir, los desayunos se reparten en bolsas individuales desde la ventana que da a exterior, a la calle Hortaleza, en este barrio de Chueca al que tanto cariño tengo. Todos aguardan la cola, manteniendo la distancia de seguridad, esperando ese desayuno que ya no es igual. Hoy no ha llegado el frío todavía, pero me mortifica pensar en que este invierno sigamos repitiendo esta rutina que ya no reconforta de la misma manera. No era solo la taza de café caliente, sentados delante de una mesa improvisada con un mantel blanco y cubiertos. Era la escucha. Cuántas veces he escuchado de los labios de las personas que venían a desayunar, o a rezar, o a estar un rato en paz, la frase: “gracias por escucharme, Padre”, porque sólo necesitan eso: una persona que les escuche y les dé amor. La soledad mata más que el hambre, ya lo decía mi querida Teresa de Calcuta, y es verdad.
Cuántas personas mueren solas y ni siquiera se las encuentra más que en el momento de abrir el testamento. A todos ellos les quiero mucho y ese amor que les doy me viene devuelto a mí también. Esta iglesia seguirá siendo un hospital de campaña. Lo veo todos los días y no sólo en los pobres, en los descartados, en los sintecho; lo veo en las personas que se sientan a hablar conmigo en las mesas camilla y me cuentan lo que sufren, lo solos que están. “Abrid los templos para que la iglesia pueda salir a la calle y que la calle pueda entrar en ella”, dice el Papa Francisco, “Tened los templos con las puertas abiertas en todas partes para que todos los que buscan no se encuentren con la frialdad de unas puertas cerradas”.
-P: ¿En qué ha sido diferente este último año a otros anteriores?
-R: Hemos vivido tiempos muy difíciles donde, durante la pandemia, se nos han ido 20.000 personas. Muchas de ellas han muerto solas, sin poder tener a sus familiares cerca, sin poder agarrar una mano. Esto ha sido terrible.
Nunca he dejado de acariciar, besar, dejarme también besar y acariciar hasta que ha venido una pandemia de la que no escapamos nadie. Ni siquiera un cura rebelde como yo. Aunque la verdad, si os soy sincero, he seguido haciéndolo con la mascarilla, pero no se lo digáis a nadie que luego me regañan. Es difícil ahora recordar lo mal que lo hemos pasado durante el confinamiento, cuando no podíamos estar con nuestros seres queridos, estuvieran enfermos, sanos o a punto de morirse sin nadie cercano que les cogiera de la mano. Pensé que el mundo se había acabado tal y como lo conocíamos el día que nos confinaron.
En Mensajeros de la Paz hemos derramado muchas lágrimas, hemos tenido desvelos porque las noticias que nos llegaban desde las residencias eran terribles… Cuando no había EPIS ni cuidados especiales para los enfermos; los hospitales colapsos y aquellos abuelos dejando este mundo solos. Ha sido terrible para todos y especialmente para ellos y para sus familias, y aprovecho para recordaros que no podemos dejar pasar el Día de los Abuelos, el 26 de julio, sin tener un recuerdo para todos ellos y enviarles todo nuestro amor. Decirles: No estáis solos, os queremos.
-P: ¿Cómo valorarías los efectos que está teniendo la pandemia en la gente más necesitada?
-R: Han muerto muchas personas en soledad y te llamaban los familiares para ver si podías hacer una oración o una bendición para su padre o para su abuelo que se había ido sin que hubieran podido despedirse de ellos. No está bien decir que estamos mal y vamos a ir a peor. No hay que negar la realidad, es tremendo lo que tenemos y también lo es lo que nos va a venir. Pero debemos tener la fuerza, la esperanza, la alegría de saber que esto lo vamos a superar y vamos a salir adelante. Por eso tenemos que seguir todas las normas sanitarias que nos mandan para poder salir adelante.
No podemos tirar la toalla, hay muchos que casi nos invitan a tirarla, pero yo invito a cumplir con todo lo que haya que cumplir, pero nunca tirar la toalla. Seguro que salimos de esta, seguro. Ahí están esas filas ante los comedores sociales, esas filas de hombres y mujeres que no tienen un trozo de pan para darle a sus hijos por la noche. Y a eso se le une la falta de trabajo, de tener un lugar estable donde comer y eso nos tiene que preocupar mucho, pero esto no significa que vayamos a tirar la toalla. Igual que antes había que pensar en salvar vidas, ahora hay que pensar en que hay que dar de comer y hay que intentar encontrar trabajo para los que no lo tienen.
«España sigue siendo solidaria a pesar de los agoreros que afirman que esta sociedad está enferma. Cada vez que planteamos un proyecto, todos quieren venir a ayudarnos. Ahora me dicen que nos falta leche para poder dar los desayunos… Es una idea que dejo aquí»
-P: ¿Cómo va la colaboración con la Administración Pública, que es al fin y al cabo quien debería dedicarse de estos temas?
-R: Los políticos son los únicos que pueden cambiar el rumbo de las cosas porque tienen el poder de hacerlo y me consta que en ello están, en esa tarea de intentar que a todos nos vaya siempre mejor. No cabe en la cabeza pensar que alguno de ellos ejecute leyes o piense en proyectos para fastidiar al otro. Eso sería de locos. Mensajeros de la Paz mantiene la puerta siempre abierta a la colaboración con las administraciones públicas que llegan hasta donde pueden y nos consta. Es entre todos que tenemos que trabajar para conseguir que los más vulnerables estén y tengan los mismos derechos que cualquier otra persona de nuestra sociedad.
-P: Valora por favor la generosidad de la gente. Sabemos que es un asunto difícil. ¿Es poca? ¿mucha? ¿Va a más? ¿Es un asunto de personas mayores? ¿O más de jóvenes?
-R: Yo creo que el mundo de hoy es mucho mejor, no ya que el de hace 200 años, sino que el de hace cinco. Aunque los pobres siguen siendo pobres y sigue existiendo esa bolsa de pobreza que no hemos podido eliminar. España sigue siendo solidaria a pesar de los agoreros que afirman que esta sociedad está enferma, y yo digo que no, que hay muchos ejemplos de que estamos en una sociedad rica en valores y muy sana. Cada vez que planteamos un proyecto, todos quieren venir a ayudarnos. Ahora me dicen que nos falta leche para poder dar los desayunos. Es una idea que dejo aquí…
-P: La paradoja de tanta necesidad en un mundo abundante. ¿Qué falla en nuestra sociedad, Padre Angel?
-R: En la vida tan importante es querer como dejarse querer. A veces se nos olvida. No creo que fallemos en nada, somos humanos y siempre lo digo: creo en Dios y creo en las personas, y todos tenemos dentro la fuerza y la potencia para ayudarnos unos a otros y hacer de este mundo un lugar mejor. ¡Tendremos que comer muchas pasas para mejorar la memoria y que no se nos olvide! Nuestra sociedad actual es más solidaria que nunca y ha tenido que venir una pandemia para darnos cuenta de que no éramos capaces siquiera de bajar a comprar el pan sin preguntar a nuestro vecino si necesitaba algo. Si eso no es solidaridad…
«La peor pobreza es la soledad. En San Antón, muchas de las personas que vienen aquí me dicen siempre cuando se marchan: “Gracias por escucharme”. Debemos escuchar, querer, estar cerca de quien nos necesita»
-P: ¿Qué podemos hacer por mejorar este estado de cosas?
-R: La peor pobreza es carecer de lo más indispensable. No poder ni beber agua, como ocurría en mitad de la pandemia de la covid-19, cuando las fuentes de las ciudades estaban cerradas y los sin techo venían a la iglesia de San Antón con una botella para ver si se la podíamos rellenar. Es no tener adonde ir para hacer tus necesidades. Pero también hay otras formas de pobreza: no tener a alguien a quien dar un beso o que te de un beso, llegar a casa y no tener a nadie a quien decir “te quiero” o “¿Cómo has pasado el día? Es carecer de sentimientos, de cariño…, esa para mi es la mayor pobreza. La peor pobreza es la soledad. En San Antón, muchas de las personas que vienen aquí, cuando se marchan siempre me dicen: “Gracias por escucharme”. Debemos escuchar, querer, estar cerca de quien nos necesita.
-P: Para finalizar, ¿algunos aprendizajes o testimonios de personas que le hayan impresionado últimamente?
-R: Muchos de vosotros me habréis escuchado decir, porque lo digo siempre, que la madre Teresa de Calcuta decía que soledad mata más que el hambre. Sabía de lo que hablaba porque ella daba comida y compañía a las personas moribundas que nadie quería. Cuando comencé la obra de Mensajeros, en los años 60, con mi compañero también cura que se llamaba Ángel, como yo, una de nuestras obsesiones era dar hogares de verdad a los niños huérfanos; también a los que aún teniendo familia no tenían hogar y desde luego, una de nuestras misiones fue la de no separar a los hermanos.
Bastante tenían los pobres con no tener hogar ni familia, para dejarles además sin la única referencia que les podría consolar de su soledad abismal, esa que se siente cuando pierdes a tus padres, a tus familiares o a tus amigos más queridos. Os voy a hablar de un niño, Tinín, de seis años. Nunca se me olvidará Tinin, llegó a nuestra casa de acogida con 6 años. Cuando bajó de aquél autobús y vino hacia mí, con esos ojos tristes y asustados, casi sin hablar y cabizbajo, yo le recibí con un beso y una caricia en la cara y me miró atónito. No soltó ni una sonrisa. Yo le pregunté: Pero Tinín, ¿qué te pasa? Y me contestó clavándome esos ojitos medio llorosos: Nada. Es que nadie me ha dado un beso nunca.
Gracias padre Angel y gracias Mensajeros de la Paz. Un mundo mejor es posible.
Antonio Agustín
Consejero, escritor y experto en distribución