Hombres y mujeres. La visión del 8 de marzo de Antonio Agustín.
Se dice estos días que es necesario luchar para garantizar la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres.
Profesionalmente siempre he preferido trabajar con mujeres. Por varios motivos. Me da la impresión de que van directamente al grano, me parecen comprometidas con la causa -que normalmente necesitan entender- y exigen a los demás con preguntas simples.
Del orden familiar prefiero no hablar demasiado porque, a simple vista, la mayoría vería machismo. He limpiado pocos pañales, no he hecho ninguna lavadora y nunca he planchado. Nosotros -mi mujer y yo- decidimos repartirnos tareas. A mí no me ha tocado ni la colada ni la limpieza general cuando no hemos tenido ayuda, aunque sí cuidar las plantas, segar la hierba, reparar averías, cambiar bombillas y acarrear los trastos. También los proyectos de reforma, la decoración y la pintura han estado en mi tejado.
Desde el punto de vista social tengo amigas y amigos y aun llevándome mucho mejor con ellas, reconozco que, en lo de intimar, me cuesta. Porque dudo del lugar de los límites.
Tengo también que decir que no me molan nada ni la mayoría de juguetes de chicos (de peleas y disparos) ni de juegos (ni fútbol, ni básquet, ni nada físico y de sudoración segura), ni el tono (chulería, palabrotas), ni la afición por lo extremo que suele endosarse al sexo masculino. Eso sí, no sé si por costumbre o por genes, me encantan los vehículos a motor (motos, coches, lanchas y aviones), los habanos y las bebidas espirituosas.
Creo que de ser mujer sería caprichosa en el vestir, tendría afición a los complementos y me dedicaría más a cultivar mi cuerpo. Como no soy ni me siento macho-alfa, si fuese mujer creo que sería femenina sin estridencias. No creo que llevase escote ni minifalda. No me imagino dominante ni mandona. Cultivaría, como hasta ahora, la tolerancia, creo que me gustaría leer y tendría pasión por los detalles y los libros. Tiene pinta de que estaría igualmente atacada -como ahora- de migraña y no me importaría nada tener un papel secundario en el teatro de la vida y el trabajo. En definitiva, espero que no resulte extraño lo que voy a decir: creo que sería muy parecida a como soy ahora.
Cuando me ha tocado ejercer de “hombre-machote-aquí-estoy” no he estado nunca a gusto. El servicio militar fue una tortura: por lo absurdo desde luego, pero especialmente por la convivencia con ordinarieces que parecían inexcusables y que después se ha ido viendo que eran machistas, supremacistas e infantiles.
Sin dármelas de listillo, estoy convencido de que, gota a gota, las nuevas reivindicaciones harán caer -pronto o tarde- a todos los héroes de Walt Disney y Hollywood. Y eso me hace sentir inseguro. Es una zona darkness, de escasa visibilidad de mi historia, de la historia de todos. Por eso reconozco que me cuesta entender la nueva manera que tiene lo femenino de entender la vida y las relaciones humanas y me evidencia lo difícil que resulta ponerse en los zapatos del prójimo, sobre todo si es fémina… Y que pone de manifiesto la dificultad de mantener la sana objetividad de la que procuro andar siempre rebozado.
La cuestión por tanto es que no se trata de si las mujeres tienen las mismas capacidades, sino de que el tiempo está demostrando que tienen más
Algunos columnistas y pensadores reconocidos están defendiendo la opinión de que donde han gobernado mujeres (sea la Merkel, sea la primera ministra de Finlandia o Ardern de Nueva Zelanda) reina más paz y más convivencia. Empieza a haber ejemplos de exitosas empresarias, científicas, literatas y también de nuevas ricas. Si bien en la lista de Forbes están todavía muy por debajo -la primera que sale es la novena (y es de la familia Walton) y, la segunda, la quinceava (también de la familia, Bettencourt) eso es, seguro, porque aún no les hemos dado tiempo.
También hay pocas consejeras delegadas y presidentas… si bien están ocupando con celeridad los cuadros medios. O sea que en breve las tendremos arriba accediendo con preparación y competencia a cargos y puestos que, en algunos casos, se les ha facilitado sin la necesaria concurrencia.
Tenemos ahora ya a Lagarde, a Ursula von der Leyen y a Nancy Pelosi…. Muy pocas mineras y soldados, pero mucho personal que linda con el salario mínimo en fábricas, empresas de limpieza, hoteles y bares. Es decir, en los puestos de menor retribución y especialización. En la cárcel también son minoría (¿quizás con menos oportunidades de delinquir?).
Sobre los estudios que podemos consultar en la red y que provengan de reputadas universidades y centros de investigación, podemos concluir lo mismo: que las capacidades intelectuales de hombres y mujeres son iguales. Todas responden de manera muy política y muy correcta que sí que son similares. Cuando podríamos perfectamente preguntarnos si dado que con osamentas y masas corpóreas diferentes alcanzan límites también dispares… ¿por qué hemos de ser en todo lo demás necesariamente iguales?
Y no hablo solo de lo abstracto. ¿Y si resultase que como género unos y otros tuviésemos capacidades superiores o inferiores? ¿Y si resultase que ellas son capaces de mayor compasión, de mayor generosidad, de mayor inteligencia emocional?
A la hora de escribir este artículo he tenido un presentimiento. Hubo un día trágico de nuestra historia en que Caín mató a Abel. Y digo trágico porque a partir de ese momento todos pasamos a ser sucesores del verdugo.
De la misma manera, alguien, en algún momento, decidió que para las mujeres era el “ora” y para los hombres el “labora”, cayendo de nuevo el mundo en otro error garrafal, dándole al varón la supremacía sobre la organización social. No sabemos si fue por la fuerza, pero sospecho que quien ha retenido tanto tiempo los mandos obstaculizando el traspaso no puede ser el mejor.
La cuestión por tanto es que no se trata de si las mujeres tienen las mismas capacidades, sino de que el tiempo está demostrando que tienen más. De la misma manera que preferiría ser hijo de Abel, creo que un mundo llevado por mujeres sería mejor.
Dejemos atrás el absurdo sentimiento igualitario: no somos iguales.
Antonio Agustín
Consejero, escritor y experto en distribución